A CIUDAD REAL, MUY NOBLE, MUY LEAL
Con motivo del VI Centenario de la ciudad
Sopor
de aceituna, mecida en tu cuna de verde olivar.
Dormita
la encina, con mordiscos de luna y quedo trinar.
A
la vera del sendero, giran los molinos molineros
y acarician
lisonjeros las mieses de tu piel. Muy ligeros,
sueltan
las aspas al viento aterido, frío, ¡casi polar!
Ya
duerme el hato en el aprisco y su pastor, al calor del hogar.
Los
Llanos están moteados de los Castillos Medievales,
de
quejigos, de quimeras Quijotescas en sus pedestales.
El
Guadiana aparece en las noches y por el día se esconde
bajo
tierra, ¡bravo río fantasmal!, hechizo de Caronte.
Tierras del rocío, helada y fría escarcha,
¡preciados cristales!
descritas y escritas por la lanza de un tal…
¡Miguel de Cervantes!
Tierna
patria de quesos y vinos con mil aromas divinos.
Son
tierras de Duelos y Quebrantos por mil amores perdidos.
Caminan
en añoranza, trotan, Rocinante y Sancho Panza;
van
buscando a su Dulcinea… ¡por toda Castilla-La Mancha!
Yo
sigo a mi destino, tan cansado, y con el trote cansino
persigo,
entre las miradas esquivas, paz, consuelos, abrigo.
Ya
llego que voy llegando a esta ciudad, muy noble, muy leal,
de
cuyo nombre sí puedo acordarme, se llama… ¡Ciudad Real!
Bello
encaje de bolillos, berenjenas, muebles artesanos.
Zurras, Pandorgas con mil canciones, ¡a nuestra
Virgen del Prado!
Me
siento para descansar en la umbría de tu Catedral,
tallada
en roble puro y bruñida, por la Corte Celestial.
Brillan
tus tierras de mercurio, argentas de preciosos metales,
donde
ríen, lloran las Viñas… ¡entre mil amores fatales!,
donde
sueña la pastorcilla con el infante girasol,
con
tiernas rosquillas, al son de flautillas y… ¡Pestiños de amor!
La
memoria evoca los fragores de las batallas campales
de
tu historia, tan rica, épica… ¡entre mil ardores medievales!
Ya
llega la hora para continuar con otra vuelta al ruedo y
levanto, levada el alma al contemplar, La
Puerta de Toledo.
Sigue
el paseo, muy lejos, allende los Pagos del Vicario,
donde
habitan sueños de Oretanos, y Caballeros Templarios.
Son
tierras consagradas de Artemisa y su jabalí, del ciervo
de
la berrea, de la codorniz, del ave de caza, ¡del cielo!
allende
la Ermita, vieja decana, muy celosa guardiana
de
los misterios y arcanos… ¡Entre los Campos de Calatrava!
Allí,
las posadas ofrecen migas, gachas, pistos y hogazas
con
redobles del sol, al son del tambor de la vieja almazara.
Allá,
arrullan fraguas y yunques a la espada, la flecha y su arco;
mandobles de fuego que sirvieron… ¡en la
Batalla de Alarcos!
Horizonte
espigado de centenos, maíz y lluvias claras
de
sudores campesinos, de rica miel y mejor cebada.
Ya
se hace muy tarde, ya regreso a la ciudad, a Ciudad Real,
abrumado
por el trato de la gente, por su capital
nimbada
de las Rondas, de callejas, tersos parterres, plazas
coronadas
por balcones florales y lujosas terrazas.
Acelera
el paso un Ocaso Universitario, con devoción
de
aulas cerradas, raudos… ¡corren para tumbarse en el Torreón
del
Alcázar!, olvidando los libros por la crecida grama.
Vestigios
de tu hermosa juventud, primorosa, ilusionada.
Después,
¡sigo pensando en ti! En una ciudad muy noble, muy leal,
de
cuyo nombre sí puedo acordarme, se llama… ¡Ciudad Real!
JUAN
ANTONIO MUÑOZ YÉBENES
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